Un cartel en la entrada de Deán Funes, escrito a mano, dice “milanesa, amburgesa”. Otro a la salida de Anillaco, rayoneado, sentencia “Ceda el Faso”. En La Rioja hay increíbles grafitis de afecto a los políticos: “Lo que hace uno por amor. Bocha intendente”, se lee en una pared de Aimogasta. “¡Por tu esfuerzo diario, gracias papá!!!!!”, le escribió alguien al intendente de Anillaco en la entrada al pueblo. Y a metros de allí, un comedido se tomó el esfuerzo de cambiar las pesadas letras de cemento del cartel de bienvenida, que decía “Los amigos”, por otro que dice “Los amogis”.

Hay grafitis con mensaje fuerte. En la parte posterior de los carteles viales, entre Agua Blanca y Pinchas, escribieron “No al uranio”. Hay pueblos cuyos nombres adquieren nuevo significado, como Chuquis, en La Rioja. ¿Cómo se llamarán sus habitantes? ¿Chuquitenses? ¿Cómo habrán tomado hace dos décadas la película del muñeco diabólico?

La ruta tiene cien atractivos. Autos abandonados y destartalados. Viejas casas de adobe, destechadas y con vestigios de paredes, sacudidas hace décadas por algún temblor. El cementerio de Agua Blanca, tan chiquito que parece de juguete, como si esos pueblos no tuvieran muertos. El esqueleto de un ómnibus en Chumbicha. Parece del desierto de una película apocalíptica. Es casi una atracción turística. ¿Cómo no detenerse a sacarle fotos? O un extenso campo vangoghiano de flores amarillas sobre la ruta 60 entre Catamarca y Córdoba. Hasta la misma salina, extrañamente inundada en esta época, y sin el agobio del verano, tiene una cierta fuerza fantasmal.

Poca gente parece detenerse ante el cartel que anuncia “Barranca Yaco”, cerca de Córdoba. A un kilómetro y medio al oeste, está, solitario, bien demarcado y pleno de historia, el lugar donde el general Quiroga fue en coche al muere (como lo tituló Borges). Un árbol generoso ofrece sus ramas para subirse a imaginar la escena de la emboscada que determinó que allí debía ocurrir el último momento de Facundo Quiroga, en medio de las cruces que alguien de Turismo puso para significar el sitio. Que se abre, silencioso y casi ignorado, ante los ojos curiosos.

Esos ojos, además, hoy transmiten lo que ven a otros que están a cientos de kilómetros. El milagro del whatsapp, con fotos, videos y breves textos, revive los diarios de viaje y los moderniza en paseos comentados y discutidos en vivo, que se bufurcan en viejas anécdotas familiares y recuerdos de otros viajes. Así, distraído y deteniéndose para una foto o para extraer una reflexión de esos campos y esos pueblos en medio de las ciudades, lejos de algunos afectos, cerca de otros, el viaje se convierte en paseo.

Es que la ruta no es un apurado recorrido para llegar a un lugar. Puede ser una parte importante del viaje, llena de significados. Es el camino, que tiene su propia magia, esperando que uno empiece a desenvolverla.